AMENAZAS SOCIALES DE LA REVOLUCIÓN DIGITAL

Roberto Velasco

Análisis de José Villaverde Castro | El Diario Montañés

Amenazas sociales de la revolución digital

«El cambio técnico es como un potro joven lleno de energía que, si se le deja libre, producirá grandes destrozos»

El progreso tecnológico no sólo no cesa, sino que cada vez se produce de forma más acelerada; esto suscita, naturalmente, muchos interrogantes, la mayoría de ellos relacionados con sus efectos y nuestra capacidad de adaptación. Pocas dudas existen, creo yo, de que uno de los ámbitos en el que estas dudas son más pronunciadas, precisamente porque el progreso se produce con más intensidad, es el de la inteligencia artificial. Pues bien, al igual que sucede, por ejemplo, con la energía nuclear, la inteligencia artificial no es, en sí misma, ni buena ni mala, ni beneficiosa ni perjudicial; todo depende de cómo se use y para qué se use. Elevarla a los altares o demonizarla depende, por tanto, de lo que hagamos con ella y de cómo lo hagamos.

En un reciente libro, del que este artículo ha tomado prestado el título, mi admirado colega, el profesor Roberto Velasco de la UPV, analiza en profundidad muchas de las cuestiones (interrogantes) relativas al desarrollo y empleo de la inteligencia artificial y a la revolución digital que la misma propicia. No es fácil prejuzgar los posibles efectos económicos, sociales, éticos, políticos etc., que ocasionará la revolución digital. En cuanto a los primeros, y como se subraya acertadamente en la presentación del libro, «pueden ser consecuencias de la osadía profesional que otros científicos sociales les achacan a los economistas, pero no parece tan ilógico atribuir a las famosas autopistas de la comunicación actuales un papel semejante en materia de intensificación del comercio que el ejercido por el ferrocarril en la Era Industrial».

Cabe esperar, por lo tanto, que la revolución digital y muchas de sus aplicaciones sirvan para que, colectivamente, seamos más eficientes y productivos, trabajemos menos y gocemos de más tiempo libre. Cabe la posibilidad, también, de que la revolución digital contribuya a reducir las desigualdades socioeconómicas, aunque, con la experiencia extraída de revoluciones económicas anteriores y, ya ahora, con la existencia innegable de una fuerte brecha digital entre distintos segmentos de la sociedad, no parece que sea mucho lo que se pueda esperar en este ámbito; todo dependerá, en definitiva, de cómo se gestionen (distribuyan) los beneficios del, cada vez más intenso, proceso de digitalización.

De momento, insistimos, no pinta bien, pues la polarización en el uso de las herramientas digitales no hace más que ampliarse. Con todas las precauciones y cautelas que se pueden imaginar, pues son muchas las incógnitas que quedan por despejar, considero que a medio y largo plazo el desarrollo de la digitalización será muy favorable desde el punto de vista socioeconómico, aunque en el corto plazo puede ser fuente de muchos problemas y de grandes desequilibrios económicos y sociales. Pedir que la revolución digital solucione por sí misma estos problemas, está, creo yo, fuera de lugar; en este sentido, coincido con el profesor Antón Costas, que sostiene que «el cambio técnico es como un potro joven lleno de energía que, si se le deja libre, producirá grandes destrozos. Pero si se le cincha y gobierna, contribuirá de forma extraordinaria al progreso social». Lo que hay que hacer, por lo tanto, es regular correctamente todo lo relativo al desarrollo de la inteligencia artificial y la digitalización de forma que cada vez sean menos los marginados por ellas.

Donde, al menos de momento, parece que no es mucho lo que se puede esperar de la revolución digital es en el plano ético. Desde algunos desarrollos preocupantes en materia de biotecnología, pasando por los relativos al desarrollo del Big Data, la distribución de ‘fake news’, el pirateo informático (ciberataques) de servicios públicos y privados cruciales, y terminando, entre otros, en el desarrollo «de sistemas de armas mortíferas, que seleccionan objetivos sin la intervención humana y son letales cuando en ellos incluyen a personas», no cabe pensar que en estos ámbitos el progreso digital discurra, o vaya a discurrir, por otros derroteros que los actuales. Dada la entidad y naturaleza de los interrogantes suscitados por el desarrollo y uso de todas las tecnologías asociadas a la llamada revolución digital, es evidente que el libro del profesor Velasco, como cualquier otro análisis de la cuestión, no puede ofrecer respuestas contundentes a ninguno de ellos. Sí que ofrece, sin embargo, elementos suficientes para que, cada uno de sus lectores, pueda hacerse una idea muy clara de lo que está en juego (y no sólo en la esfera económica) y extraer sus propias conclusiones. Mi sugerencia es que lo lean; aprenderán mucho.